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Mientras soñaba, pensó que se dirigiría hasta la capilla, pues imaginó que el rey habría entrado allí a rezar. Se dirigió hacia aquella parte y desmontó. Ató su rocín y entró en la capilla. No vio a nadie; ni en un lado ni en otro, excepto a un caballero que yacía en el centro de la capilla sobre una litera y estaba cubierto con una rica tela de seda y a su alrededor había cuatro candelas ardientes en cuatro candelabros de oro. Mucho le maravilló al doncel que hubieran abandonado así a aquel cuerpo, pues no había nadie con él más que las imágenes. Y mucho más le maravilló no encontrar al rey, pues ya no sabía dónde buscarle. Saca una de las candelas, coge el candelabro de oro y se lo mete entre las calzas y el muslo. Sale de la capilla y monta en su rocín. Se marcha, atraviesa el cementerio y sale fuera de la landa para penetrar en el bosque. Y pensó que no se detendría hasta que hubiera encontrado al rey.
En cuanto entró en su camino vio a un hombre negro y horrible que se le acercaba, y era más grande a pie de lo que él lo era a caballo y le pareció que llevaba en la mano un gran cuchillo punzante de dos filos. El doncel se aproxima a él a una gran velocidad y le pregunta:
—Vos que venís por aquí, ¿habéis encontrado en este bosque al rey Artús?
—No, pero os he encontrado a vos y eso me alegra mucho, pues salisteis de la capilla como ladrón y traidor. Os habéis llevado de mala manera el candelabro de oro con el que era honrado el caballero que yace muerto en la capilla. Quiero que me lo entreguéis y lo volveré a llevar allí, o, de otro modo, os desafío.
—A fe mía, no os lo pienso devolver. Me lo llevaré y se lo regalaré al rey Artús.
—Os aseguro que lo pagaréis muy caro si no me lo devolvéis ahora mismo.
Y el doncel pica espuelas creyendo que le va a vencer. Pero el otro se le adelanta, le hiere con el cuchillo en el costado y se lo mete en el cuerpo hasta el mango. El doncel, que yacía en la sala de Carduel, se despierta del sueño y lanza un grito:
—¡Santa María! ¡El sacerdote! ¡Ayudadme, ayudadme, muero!
El rey, la reina y el chamberlán oyeron el grito. Se levantaron y dijeron al rey:
—Señor, ya podéis partir. Ha amanecido.
El rey ordena que le visten y calcen. Y aquél grita con todas sus fuerzas.
—¡Traedme un sacerdote, muero!
El rey se dirige rápidamente hacia allí y la reina y el chamberlán le acompañan con gran cantidad de antorchas. El rey le pregunta qué le ocurre y él le explica lo que ha soñado.
—¡Ah!—exclama el rey—, ¿era sólo un sueño?
—Sí, señor—le responde—. Pero se ha hecho terriblemente verdad.
Alza el brazo izquierdo y continúa diciendo:
—Señor, mirad esto. Ved el cuchillo que me atraviesa el cuerpo hasta el mango.
Luego introduce la mano en sus calzones donde estaba el candelabro de oro. Lo saca y se lo muestra al rey.
—Señor, por este candelabro estoy mortalmente herido. Os lo regalo.
El rey coge el candelabro y lo contempla maravillado, pues nunca había visto uno tan precioso. El rey se lo enseña a la reina.
—Señor—dice el doncel—, no me saquéis el cuchillo del cuerpo hasta que me haya confesado.
(Traducción Victoria Cirlot)