miércoles, 15 de agosto de 2007

Carlos Fuentes, "Terra Nostra" [II]

Del cielo descendió la Cábala, traída por los ángeles, para enseñarle al primer hombre, culpable de desobediencia, los medios de reconquistar su nobleza y felicidad primeras. Primero, amarás al Eterno, tu Dios. Es el Anciano entre los ancianos, el Misterio entre los misterios, el Desconocido entre los desconocidos. Antes de crear forma alguna en este mundo, estaba solo, sin forma, sin parecido con nada. ¿Quién podría concebirle como era entonces, antes de la creación, puesto que carecía de forma? Antes de que el Anciano entre los ancianos, el más Escondido entre las cosas escondidas, hubiese preparado las formas de los reyes y las primeras diademas, no había ni límite, ni fin. Así, se dispuso a esculpir esas formas y a trazarlas en imitación de su propia sustancia. Extendió delante de sí un velo y sobre ese velo diseñó a los reyes, les dios sus límites y sus formas, pero no pudieron subsistir. Dios no habitaba entre ellos; Dios no se mostraba aún bajo una forma que le permitiese permanecer presente en medio de la creación, y así, perpetuarla. Los viejos mundos fueron destruidos; mundos informes que llamamos centellas. La creación había fracasado, por ser obra de Dios y permanecer Dios ausente de ella. Así, Dios supo que Él mismo era responsable de la caída y por tanto debería serlo de la redención, pues ambas ocurrían dentro del círculo de los atributos divinos.
Y Dios lloró, diciendo:
-Soy el más Viejo entre los viejos. No existe nadie que me conociese joven.

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