lunes, 17 de diciembre de 2007

Breton, "La confesión desdeñosa"


Cada noche dejaba abierta de par en par la puerta de la habitación que ocupaba en el hotel, con la esperanza de despertarme un dia al lado de una compañera que yo no hubiese escogido. Sólo después he temido que, a su vez, la calle y esta desconocida me retuvieran. A decir verdad, en esta lucha de cada instante, donde el resultado más corriente es que se petrifique todo lo que hay de más espontáneo y valioso en el mundo, no estoy seguro de que podamos ganar: Apollinaire, muy perspicaz en más de una ocasión, estaba dispuesto a todos los sacrificios del mundo, algunos meses antes de morir; Valéry, que había dado a conocer noblemente su voluntad del silencio, se abandona, hoy en día y autorizando las peores tergiversaciones de su pensamiento y su obra. No pasa semana en la que no nos enteremos de que una inteligencia estimable se haya "formalizado". Parece ser que hay un medio de conducirse con más o menos honor, y basta. No me preocupo todavía por saber qué carreta me llevará (a la guillotina) ni hasta dónde aguantaré. Hasta nueva orden, todo lo que pueda retrasar la clasificación de los seres, de las ideas, y en una palabra, mantener el equívoco, cuenta con mi aprobación. Mi mayor deseo es poder hacer mía, durante el mayor tiempo posible, la admirable frase de Lautréamont: "Desde el impronunciable día de mi nacimiento he profesado por las tablas somníferas un odio irreconciliable".

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