viernes, 21 de septiembre de 2007

Balzac, "Illusions Perdues"

Penser, rêver, concevoir de belles œuvres, est une occupation délicieuse. C’est fumer des cigares enchantés, c’est mener la vie de la courtisane occupée à sa fantaisie. L’œuvre apparaît alors dans la grâce de l’enfance, dans la joie folle de la génération, avec les couleurs embaumées de la fleur et les sucs sapides de fruit dégusté par avance. Telle est la Conception de ses plaisirs. Celui qui peut dessiner son plan par la parole, passe déjà pour un homme extraordinaire. Cette faculté, tous les artistes et les écrivains la possèdent. Mais produire ! mais accoucher ! mais élever laborieusement l’enfant, le coucher gorgé de lait tous les soirs, l’embrasser tous les matins avec le cœur inépuisé de la mère, le lécher sale, le vêtir cent fois des plus belles jaquettes qu’il déchire incessamment ; mais ne pas se rebuter des convulsions de cette folle vie et en faire de chef-d’œuvre animé qui parle à tous les regards en sculpture, à toutes les intelligences en littérature, à tous les souvenirs en peinture, à tous les cœurs en musique, c’est l’Exécution et ses travaux. La main doit s’avancer à tout moment, prête à tout moment à obéir à la tête. Or, la tête n’a pas plus les dispositions créatrices à commandement, que l’amour n’est continu.
Cette habitude de la création, cet amour infatigable de la Maternité qui fait la mère (ce chef-d’œuvre naturel si bien compris de Raphaël !), enfin, cette maternité cérébrale si difficile à conquérir, se perd avec un facilité prodigieuse. L’inspiration, c’est l’Occasion du Génie. Elle court non pas sur un rasoir, elle est dans les airs et s’envole avec la défiance des corbeaux, elle n’a pas d’écharpe par où le poète la puisse prendre, sa chevelure est une flamme, elle se sauve comme ces beaux flamants blancs et roses, le désespoir des chasseurs. Aussi le travail est-il une lutte lassante que redoutent et que chérissent les belles et puissantes organisations que souvent s’y brisent. Un grand poète de ce temps-ci disait en parlante de ce labeur effrayant : « Je m’y mets avec désespoir et je le quitte avec chagrin. » Que les ignorants le sachent ! Si l’artiste ne se précipite pas dans son œuvre, comme Curtius dans le gouffre, comme le soldat dans la redoute, sans réfléchir ; et si, dans ce cratère, il ne travaille pas comme le mineur enfoui sous un éboulement ; s’il contemple enfin les difficultés au lieu de les vaincre une à une, à l’exemple de ces amoureux des féeries, qui, pour obtenir leurs princesses, combattaient des enchantements renaissants, l’œuvre reste inachevée, elle périt au fond de l’atelier, oú la production devient impossible, et l’artiste assiste au suicide de son talent.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Julio ramón Ribeyro, "Prosas apátridas" (II)

104
A veces tengo la impresión de que mi gato quiere comunicarme un mensaje. La obstinación con que me observa, me sigue, se me acerca, se frota contra mí, me maúlla, va más allá que el simple testimonio de sumisión de un animal doméstico. Advierto en su mirada inteligencia, prisa, ansiedad. Pero nada podré recibir de él, aparte de estas señas enigmáticas. Entre él y yo no hay siglos, sino centenares de siglos de evolución tan diferentes como una piedra de una manzana. Él, a pesar de vivir en nuestra época, sigue derivando en el mundo arcaico del instinto y nadie podrá comprenderlo sino los de su especie. Tendrán que transcurrir aún centenares de siglos para que la distancia que nos separa tal vez se acorte y poyada al fin entender lo que me dice, lo que seguramente no pase de un lugar común: hay una mosca, hace calor, acaríciame. Como cualquier ser humano, en suma.

lunes, 17 de septiembre de 2007

Perlesvaus o El Alto Libro del Graal (II)

Josefés nos atestigua que las semblanzas de las ínsulas se transformaban por las distintas aventuras que allí sucedían por el placer de Dios. A los caballeros no les gustaba tanto la búsqueda de aventuras si no las encontraban diferentes, pues si habían entrado en un bosque o en una ínsula donde habían encontrado aventura y volvían otra vez, entonces encontraban fortalezas, castillos y aventuras de otras formas, de modo que no les pesaba el esfuerzo ni el sufrimiento, y porque Dios quería que la tierra se adecuara a la Nueva Ley. Eran los caballeros del mundo que más trabajo tenían para encontrar aventuras y para mantener lo que habían acordado, y de ninguna corte de ningún rey del mundo salieron tan buenos caballeros como los que salían de la corte del rey Artús. Si Dios no los hubiera amado tanto, no habrían podido soportar tantos esfuerzos y sufrimientos como los que aguantaban cada día. Y nadie se debe maravillar si realizaban tantas proezas ni tantas buenas caballerías, pues la mayor parte eran buenos caballeros. No se trataba tan sólo de combatir, sino que eran muy leales y auténticos, y creían firmemente en Dios y en su dulce Madre, temían la vergüenza y amaban el honor.

jueves, 13 de septiembre de 2007

James Joyce, "Ulysses"

...the Greeks and the jews and the Arabs and the devil knows who else from all the ends of Europe and Duke street and the fowl market all clucking outside Larby Sharons and the poor donkeys slipping half asleep and the vague fellows in the cloaks asleep in the shade on the steps and the big wheels of the carts of the bulls and the old castle thousands of years old yes and those handsome Moors all in white and turbans like kings asking you to sit down in their little bit of a shop and Ronda with the old windows of the posadas 2 glancing eyes a lattice hid for her lover to kiss the iron and the wineshops half open at night and the castanets and the night we missed the boat at Algeciras the watchman going about serene with his lamp and O that awful deepdown torrent O and the sea the sea crimson sometimes like fire and the glorious sunsets and the figtrees in the Alameda gardens yes and all the queer little streets and the pink and blue and yellow houses and the rosegardens and the jessamine and geraniums and cactuses and Gibraltar as a girl where I was a Flower of the mountain yes when I put the rose in my hair like the Andalusian girls used or shall I wear a red yes and how he kissed me under the Moorish wall and I thought well as well him as another and then I asked him with my eyes to ask again yes and then he asked me would I yes to say yes my mountain flower and first I put my arms around him yes and drew him down to me so he could feel my breasts all perfume yes and his heart was going like mad and yes I said yes I will Yes.

Jean Baudrillard, "Las estrategias fatales"

Lo mismo ocurre en la historia del Drame Bien Parisien de Alphonse Allais. Dos jóvenes, dos jóvenes amantes, reciben respectivamente una carta anónima, denunciando a cada uno de ellos la infidelidad del otro: si la mujer quiere comprobarlo, no tiene más que ir a tal baile de máscaras- encontrará a su amante, disfrazado de Arlequín. El otro recibe el mismo consejo secreto: ve a tal baile, tu mujer estará allí, disfrazada de Piragua congolesa. La noche en cuestión, en pleno baile de disfraces, dos personajes se aburren en un rincón: un Arlequín y una Piragua congolesa. Finalmente él va hacia ella y la invita. La historia acaba en un reservado, en el que cada cual se lanza a los brazos del otro para arrancarse la máscara. Y -colmo del estupor- dice la historia: ¡NO ERAN NI EL UNO NI LA OTRA!
Todo el encanto ilógico de la historia reside ahí: en el gesto con que ambos se precipitan a sacarse las máscaras y descubren que no hay nada detrás de ellas. Como si ambas máscaras (Arlequín y Piragua congolesa) actuaran por su cuenta, lanzándose el uno hacia el otro, en función de una mera inercia del lenguaje, de relato, cuando no tienen ninguna razón para hacerlo. (Pero ¿por qué milagro, entonces, están ellos allí, por qué conjunción, y dónde se encuentran los otros dos, los auténticos, durante este tiempo? Lo real está out, sólo las apariencias funcionan, y se combinan de acuerdo con su propia lógica, allí donde la lógica hubiera tenido que alejarles para siempre: así es el juego de la apariencia pura).

lunes, 3 de septiembre de 2007

Perlesvaus o El Alto Libro del Grial

Mientras soñaba, pensó que se dirigiría hasta la capilla, pues imaginó que el rey habría entrado allí a rezar. Se dirigió hacia aquella parte y desmontó. Ató su rocín y entró en la capilla. No vio a nadie; ni en un lado ni en otro, excepto a un caballero que yacía en el centro de la capilla sobre una litera y estaba cubierto con una rica tela de seda y a su alrededor había cuatro candelas ardientes en cuatro candelabros de oro. Mucho le maravilló al doncel que hubieran abandonado así a aquel cuerpo, pues no había nadie con él más que las imágenes. Y mucho más le maravilló no encontrar al rey, pues ya no sabía dónde buscarle. Saca una de las candelas, coge el candelabro de oro y se lo mete entre las calzas y el muslo. Sale de la capilla y monta en su rocín. Se marcha, atraviesa el cementerio y sale fuera de la landa para penetrar en el bosque. Y pensó que no se detendría hasta que hubiera encontrado al rey.
En cuanto entró en su camino vio a un hombre negro y horrible que se le acercaba, y era más grande a pie de lo que él lo era a caballo y le pareció que llevaba en la mano un gran cuchillo punzante de dos filos. El doncel se aproxima a él a una gran velocidad y le pregunta:
—Vos que venís por aquí, ¿habéis encontrado en este bosque al rey Artús?
—No, pero os he encontrado a vos y eso me alegra mucho, pues salisteis de la capilla como ladrón y traidor. Os habéis llevado de mala manera el candelabro de oro con el que era honrado el caballero que yace muerto en la capilla. Quiero que me lo entreguéis y lo volveré a llevar allí, o, de otro modo, os desafío.
—A fe mía, no os lo pienso devolver. Me lo llevaré y se lo regalaré al rey Artús.
—Os aseguro que lo pagaréis muy caro si no me lo devolvéis ahora mismo.
Y el doncel pica espuelas creyendo que le va a vencer. Pero el otro se le adelanta, le hiere con el cuchillo en el costado y se lo mete en el cuerpo hasta el mango. El doncel, que yacía en la sala de Carduel, se despierta del sueño y lanza un grito:
—¡Santa María! ¡El sacerdote! ¡Ayudadme, ayudadme, muero!
El rey, la reina y el chamberlán oyeron el grito. Se levantaron y dijeron al rey:
—Señor, ya podéis partir. Ha amanecido.
El rey ordena que le visten y calcen. Y aquél grita con todas sus fuerzas.
—¡Traedme un sacerdote, muero!
El rey se dirige rápidamente hacia allí y la reina y el chamberlán le acompañan con gran cantidad de antorchas. El rey le pregunta qué le ocurre y él le explica lo que ha soñado.
—¡Ah!—exclama el rey—, ¿era sólo un sueño?
—Sí, señor—le responde—. Pero se ha hecho terriblemente verdad.
Alza el brazo izquierdo y continúa diciendo:
—Señor, mirad esto. Ved el cuchillo que me atraviesa el cuerpo hasta el mango.
Luego introduce la mano en sus calzones donde estaba el candelabro de oro. Lo saca y se lo muestra al rey.
—Señor, por este candelabro estoy mortalmente herido. Os lo regalo.
El rey coge el candelabro y lo contempla maravillado, pues nunca había visto uno tan precioso. El rey se lo enseña a la reina.
—Señor—dice el doncel—, no me saquéis el cuchillo del cuerpo hasta que me haya confesado.
(Traducción Victoria Cirlot)