Plazca al cielo que el lector, envalentonado y por un instante feroz como lo que lee, encuentre sin desorientarse su camino abrupto y salvaje a través de las ciénagas desoladas de estas páginas sombrías y repletas de ponzoña; pues, a menos que no aporte a su lectura una lógica rigurosa y una tensión espiritual similar como mínimo a su desconfianza, las emanaciones mortales de este libro embeberán su alma como el agua al azúcar. No es bueno que todo el mundo lea estas páginas que siguen; sólo algunos saborearán este fruto amargo sin peligro. Por consiguiente, alma tímida, antes de adentrarte en semejantes landas inexploradas, escucha bien lo que te digo: dirige tus talones hacia atrás y no hacia adelante, como los ojos de un hijo que evita respetuosamente la contemplación augusta del rostro materno; o, mejor, como el lejano ángulo que forman las temblorosas y meditabundas grullas durante el invierno al volar enérgicamente rasgando el silencio, a toda vela, hacia un punto determinado del horizonte, donde nacie un viento extraño y fuerte, preludio de tempestades.
(Traducción de Ana Alonso)
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