Esta palabra, que he pronunciado en latín, la escribe san Lucas in actibus a propósito de San Pablo y suena así: "Saulo se levantó del suelo y, con los ojos abiertos, nada veía." [Hch 9,8].
Me parece que esta palabra tiene cuatro sentidos. Un sentido es éste: cuando se levantó del suelo, con los ojos abiertos, nada veía, y esa nada era Dios; puesto que, cuando ve a Dios, lo llama una nada. El segundo [sentido es]: al levantarse, allí no veía nada sino a Dios. El tercero: en todas las cosas nada veía sino a Dios. El cuarto: al ver a Dios veía todas las cosas como una nada.
Antes [Lucas] ha explicado cómo una luz súbitamente vino del cielo y lo derribó al suelo [Hch 9,3]. Ahora date cuenta de que dice: "una luz vino del cielo." Nuestros mejores maestros dicen que el cielo tiene luz en sí mismo y, sin embargo, no brilla. También el sol tiene luz en sí mismo y, con todo, brilla. Las estrellas también tienen luz, aun cuando afluye a ellas. Nuestros maestros dicen: el fuego, en su pureza simple, natural, en su estado superior, no brilla. Su naturaleza es [allí] tan pura que no hay ojo que lo pueda percibir en modo alguno. Es tan sutil y extraño al ojo que, si estuviera aquí abajo junto al ojo, no podría captarlo con la vista. En un objeto extraño, sin embargo, se le ve bien cuando inflama un pedazo de madera o de carbón.
Por la luz del cielo entendemos la luz que es Dios y que ningún sentido humano puede percibir.
("El fruto de la nada", traducción Amador Vega).
Por la luz del cielo entendemos la luz que es Dios y que ningún sentido humano puede percibir.
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