miércoles, 13 de junio de 2007

Aragon, "El campesino de París"

Sin embargo, ¿qué era aquella necesidad que me animaba, aquella pendiente que me inclinaba a seguir, aquel rodeo de la distracción que me procuraba el entusiasmo? Ciertos lugares, muchos espectáculos, experimentaba su intensa fuerza en mí, sin descubrir el principio de este encantamiento. Había objetos usuales que, sin duda, participaban para mí del misterio, me sumergían en el misterio. Amaba aquella embriaguez que ya conocía, pero no metódicamente. Lo buscaba en el empirismo con la esperanza a menudo desilusionante de encontrarlo. Lentamente acabé deseando conocer la relación de todos aquellos placeres anónimos. Me parecía realmente que la esencia de aquellos placeres podría ser sólo metafísica, me parecía realmente que en su momento podía implicar una especie de gusto apasionado por la revelación. Un objeto se transfiguraba ante mis ojos, no adquiría ni un cariz alegóprico ni el carácter de símbolo; no manifestaba tanto una idea pues él era aquella idea misma. Así profundamente se prolongaba en la masa del mundo. Tenía vivamente la esperanza de llegar a tocar una cerradura del universo: como si el pestillo fuyera de pronto a resbalar. (...) Se mostraban, pues, ante mí como tiranos transitorios y, de alguna forma, los agentes del azar junto a mi sensibilidad. Al fin, recobré la lucidez cuando sufrí el vértigo de lo moderno. ("El sentimiento de la naturaleza en el Buttes-Chaumont", traducción Victoria Cirlot)

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